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martes, 8 de febrero de 2011

Castro Somos Todos



Me llamo Elena García Lafuente y vivo en Castro Urdiales desde que tengo uso de razón, incluso antes de tenerla, aunque nací en Bilbao y mis padres son vascos. Cuando tenía unos catorce o quince años, sufrí una pequeña crisis de identidad. No tenía claro a dónde pertenecía, porque mis orígenes se situaban al otro lado de la ‘muga’, de la frontera difusa que nos etiqueta aunque no queramos, pero mi vida era casi totalmente castreña.

Mi aita me enseñó a empezar el día con un ‘egun on’, a cantar el himno del Athletic y a apreciar la lectura entre las páginas de El Correo margen izquierda, mientras yo iba a un colegio de Castro, tenía amigos del pueblo –entonces no llegaba a ciudad- y disfrutaba de las fiestas, la cultura y las tradiciones más típicamente castreñas. Eso confunde a cualquiera.

Ahora, con 35 años de experiencia y esa madurez que me va invadiendo sin pretenderlo, tengo claro de dónde soy y también de dónde vengo. Ahora lo sé, justo cuando la vida me ha enseñado que saberlo tampoco importa, porque Castro, en el fondo, somos todos los que compartimos este rincón tan privilegiado como castigado, vengamos de donde vengamos.

Unos han nacido aquí, otros vinimos de niños, otros llegaron después y otros apenas acaban de instalarse. Unos vienen y se van, otros están de paso y muchos, cada vez más, llegaron de muy lejos con sus acentos exóticos y las ganas de integrarse y ser castreños como los que más.

Siempre defenderé que la mayor riqueza de Castro es su gente. Todo lo bueno que tiene este municipio ha sido creado, mantenido o protegido por personas, no por instituciones, ni partidos, ni asociaciones, ni grupos de interés. Son los individuos más audaces, generosos y participativos, organizados o no en las formas que he mencionado antes, los que han dejado huella en esta tierra. Podemos reconocer y recordar a algunos de ellos, pero la mayoría son pequeños héroes anónimos que pasan desapercibidos.

Hace unos años, ideé un proyecto de integración y participación social al que llamé ‘Castro somos todos’. No sabía exactamente en qué derivaría esta iniciativa, pero era consciente de que en este municipio hacía falta unir esos valiosos puntos dispersos para dibujar una verdadera ciudadanía que pudiera aportar su sabiduría para mejorar la situación de esta ciudad a todos los niveles. Hay tanto por hacer…

Tendemos a delegar nuestras responsabilidades como miembros de una comunidad en manos desconocidas y seguiremos haciéndolo, porque así está organizada nuestra sociedad. Tendemos a ver lo malo de las cosas, a quejarnos al aire y a echar la culpa a los demás. Y nos olvidamos de que, para exigir derechos, también debemos cumplir nuestros deberes: ser más activos y participativos, implicarnos, buscar soluciones, integrar, tolerar, compartir.

Castro somos todos. Hasta que no empecemos a asumir esta realidad, que parece tan evidente, no podremos avanzar como ciudad.

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